Agua de vida

Son las seis de la mañana del día domingo, aún se escucha el cantar de los gallos para anunciar que un nuevo día ha comenzado. El andar de don Raúl Hernández se mira tembloroso, presuroso por comprar “el agua de vida” como él lo dice.

“Capi, véndeme una botellita, que la cruda me está matando”
Su voz es aguardentosa como la sensación que provoca el destilado de caña que tanto gusta beber don Raúl, su rostro muestra desesperación por probar el alcohol.

El reloj sigue avanzando, al marcar las 8 de la mañana, las puertas de la licorería se abren y don Raúl entra a comprar su tan preciada “agua”, inmediatamente después abre la botella y al fin la bebe, sin imaginar que al ingerir cada gota su vida se agota.

Son cerca de las 12:30 del día y en su estómago Raúl no tiene más que el licor que expide su aliento al hablar, y aunque el hambre por la ayuna le provoque dolores de estomacales, acompañado de una gastritis, no tiene más que hacer que seguir bebiendo para “olvidar las penas”.

Pasan las siete de la noche. Después de soportar lo fresco del clima durante todo el día y estar totalmente embriagado, queda tirado como un mendigo sucio y enfermo sin amigos ni familiares, sólo lo acompaña “Solovino” un perro flaco y sarnoso, a juzgar por su aspecto.

El caso de don Raúl Hernández se suma al 85.9 por ciento de alcohólicos que padecen esta enfermedad en México, según un estudio reciente publicado por Plos Medicine, asociación dedicada a la publicación libre de textos científicos, por lo que México llega a ocupar un tercer lugar en el consumo de alcohol. Siendo afectada mayormente los jóvenes mexicanos.

Muy a pesar de esta cifra, para don Raúl no hay más vida que el alcohol, por lo que dice “sin mi traguito no puedo vivir, porque no me queda más que él para hacerme compañía”.